En los pasillos del Congreso, el rumor era más fuerte que el debate. Mientras los reflectores apuntaban al proyecto de Ficha Limpia, una ley que busca impedir que condenados por corrupción ocupen cargos públicos, la sesión se derrumbaba sin llegar a tratarse. La noticia del día no fue la sanción de una norma, sino el espectáculo de un sistema político que se autoacusa.
El gobierno de Javier Milei salió rápido a despegarse. “No hubo ningún acuerdo con los senadores de Misiones para voltear el proyecto”, aseguraron desde Casa Rosada. Sin embargo, el gesto fue leído con suspicacia: tres legisladores clave de esa provincia se ausentaron en una sesión decisiva.
Desde el PRO, en cambio, no dudaron en señalar con nombre y apellido. Según fuentes cercanas al partido, hubo una “maniobra deliberada” del oficialismo para hacer caer el proyecto. El propio jefe del bloque, Cristian Ritondo, deslizó que el Gobierno habría preferido evitar el tratamiento para no incomodar a aliados con cuentas pendientes en la Justicia.
El resultado fue un cruce público entre dos fuerzas que, hasta hace poco, compartían ciertas banderas. Ficha Limpia quedó sepultada por las internas, por los silencios estratégicos y por una rosca que esta vez no se disimuló. El electorado, una vez más, mira desde la platea cómo la promesa de transparencia se escurre entre cálculos políticos.

