Durante años, el dinero durmió bajo los colchones. En un país donde el dólar fue refugio más que moneda, las paredes de muchos hogares escondieron divisas que no encontraban forma legal de circular. Pero algo cambió. El anuncio del Gobierno nacional sobre la eliminación del COTI y la habilitación del uso de dólares no declarados para operaciones inmobiliarias encendió las luces en un mercado que parecía estancado.
La señal oficial llegó con nombre ambicioso: “Plan de Reparación Histórica de los Ahorros de los Argentinos”. Bajo esa consigna, el ministro de Economía, Luis Caputo, dio a conocer un paquete de medidas que reconfigura el mapa inmobiliario argentino. En el centro de la escena, el fin del COTI —ese trámite obligatorio para declarar operaciones por encima de cierto monto— fue recibido con alivio casi unánime.
Marcelo Ghio, corredor con décadas de experiencia, no dudó: “Esto marca un giro real. Se terminó el tiempo donde comprar una casa era más complejo que importar maquinaria”. Para él, el impacto se sentirá primero en propiedades chicas y medianas, donde el comprador suele contar con el dinero en mano.
La medida, además, llega con un cambio cultural. Por primera vez en mucho tiempo, el Estado habilita —sin castigos ni declaraciones previas— el uso de dólares que no pasaron por el sistema bancario. Se rompen así las barreras entre el ahorro informal y el mercado formal, una grieta que se había vuelto infranqueable para miles de argentinos.
Desde el Colegio Inmobiliario, Miguel Chej Muse habló de “costos ocultos” que, hasta ahora, trababan las operaciones. “Había que contratar contadores, lidiar con problemas de CUIT, autorizar movimientos mínimos. Ahora se puede vender o comprar sin que el trámite sea un obstáculo”. El clima, asegura, ya cambió.
Daniel Bryn, analista y responsable de Zipcode, lo explica con un ejemplo cotidiano: “Una persona mayor quería vender su casa. Sus hijos, herederos, no sabían cómo cargar el COTI ni querían exponerse. La venta se postergaba. Hoy, eso desaparece”.
El nuevo esquema también desactiva los mecanismos de control sobre escribanos y expensas. Se agilizan trámites y se elimina el miedo. “El que tiene dólares fuera del sistema, que muchas veces fueron ahorros legítimos, ahora puede comprar sin ser perseguido”, insiste Chej Muse.
Pero el efecto inmediato no será parejo. José Rozados, de Reporte Inmobiliario, advierte que el repunte se concentrará en propiedades de entre 60 mil y 150 mil dólares. “Ahí está el movimiento: monoambientes, departamentos de dos o tres ambientes, unidades urbanas. Son compras que se hacen con ahorro propio”.
Según el sector, esas operaciones son las que dinamizan el mercado: el que vende su PH por 250 mil puede comprar dos unidades más chicas. Se activa una cadena. Se generan más escrituras. Se libera un flujo que estuvo bloqueado durante años.
Juan Manuel Tapiola, de la desarrolladora Spazios, suma otro punto clave: la simplificación como valor de largo plazo. “No es solo una medida. Es un cambio de régimen. Si esto se consolida como política permanente, cambia la forma de hacer negocios en la Argentina”.
Aún quedan nudos por desatar. El impuesto al sello, por ejemplo, sigue elevando el costo final de cada operación. Y la falta de crédito hipotecario limita el acceso a quienes no tienen dólares ahorrados. Pero el giro es palpable.
El sueño de la casa propia o la inversión en ladrillos vuelve a ser una conversación posible. Sin miedos, sin trabas. Con reglas más claras, y con los billetes del colchón listos para volver a respirar.

