Martes con sabor a respiro en las oficinas del Banco Central. Luego de semanas de números en rojo y negociaciones contrarreloj, el primer desembolso del nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) llegó puntual: US$ 12.000 millones que empujaron las reservas brutas hasta los US$ 36.799 millones. Solo 24 horas antes, la cifra era otra: US$ 24.305 millones. El salto es notorio, aunque con sabor a adelanto.

No hubo intervención oficial en el mercado de cambios. El Central se mantuvo quieto, como el día anterior, dejando que el dólar flotara dentro de una ancha banda —entre US$ 1.000 y US$ 1.400— que parece más declaración de principios que parámetro de funcionamiento. En medio de la transición hacia un esquema de libre flotación, la estabilidad se volvió un experimento diario.

Federico Machado, economista con calculadora afilada, fue uno de los primeros en ponerle número a la nueva fotografía: las reservas netas, que venían arrastrando un déficit de US$ 7.879 millones, pasaron a terreno positivo. Ahora se ubican en US$ 4.638 millones, un giro de más de US$ 12.000 millones en un pestañeo. Pero todos saben que es plata prestada. Y que el margen es corto.

El acuerdo con el FMI —ese eterno compañero de ruta de la economía argentina— se firmó por 48 meses y un total de US$ 20.000 millones, con una primera revisión pactada para junio de este año. Si todo va bien, llegará un segundo desembolso de US$ 2.000 millones. Pero antes, habrá que cumplir.

Porque el Fondo no entrega sin pedir. En su informe técnico, fijó metas claras: acumular US$ 4.000 millones en reservas netas durante 2025 (sin contar lo que aporte el mismo organismo), y cerrar el año con un total de US$ 47.700 millones en reservas brutas. Nada de magia, todo con números.

El propio FMI admitió que las reservas netas, después de una suba de US$ 6.000 millones en 2024, cayeron otros US$ 4.000 millones hasta marzo. La explicación combina de todo un poco: una balanza comercial que no alcanza, intervenciones en los mercados paralelos por US$ 2.000 millones y un clima económico espeso, tanto en lo local como en lo global. Resultado: las RIN estaban en -US$ 6.400 millones cuando se firmó el acuerdo.

Sin embargo, desde Washington ven una luz al final del túnel. En sus proyecciones, subrayan que hay más de US$ 200.000 millones de argentinos desperdigados en el exterior. Plata que, si el clima acompaña, podría volver. “La gran cantidad de activos que mantiene el sector privado argentino en el extranjero, junto con un sector corporativo con niveles de deuda muy bajos, es un buen augurio”, dice el texto del Fondo con tono casi esperanzado.

El gobierno apuesta a eso: a que la plata vuelva, que las metas se cumplan y que el dólar no explote. Hoy, el dato dice que hay US$ 12.000 millones más en las arcas. Pero la película sigue. Y es larga.