Yerba Buena, Tucumán. Eran las once de la mañana cuando el aire se volvió denso en la calle Lamadrid al 1100. Allí, un hombre con aparentes problemas psiquiátricos decidió atrincherarse en su hogar junto a su hija de tan solo tres años, a quien tomó como rehén mientras amenazaba con quitarle la vida y luego hacer lo mismo consigo.

La intervención fue inmediata. Personal de la Comisaría de Yerba Buena, junto al Cuerpo Especial de Rescate y Operaciones (CERO), activaron el protocolo de crisis. En la punta de la negociación estuvo el oficial principal Pedro Reyna, entrenado para enfrentar lo que nadie quiere vivir: la posibilidad de una tragedia doméstica con consecuencias irreparables.

Todo comenzó cuando el personal de la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia (DINAyF), médicos del Poder Judicial y fuerzas de seguridad llegaron al domicilio con una orden judicial para internar al hombre debido a su delicado estado mental. Fue entonces que, al percibir la presencia de los uniformados, el individuo se encerró con su hija y blandió un arma blanca, dispuesto a resistir.

El relato del comisario inspector Héctor Marín, jefe de Zona II de la Unidad Regional Norte, no deja dudas sobre la gravedad del episodio:

“El sujeto se atrincheró con un objeto cortante y amenazó con acabar con la vida de ambos.”

La situación no tardó en escalar. Snipers tomaron posiciones en los techos cercanos, el tránsito fue cortado y se desplegó un anillo de seguridad en las inmediaciones, donde, para colmo, hay un establecimiento escolar. La tensión podía cortarse con un cuchillo.

En paralelo, el fiscal de la Unidad Fiscal de Género III fue notificado. Las autoridades decidieron sumar a un psiquiatra particular del agresor, con la esperanza de que su voz pudiera abrir una puerta de diálogo.

Durante dos horas, el oficial Reyna y el psiquiatra negociaron sin descanso. Desde afuera, parecía una eternidad. Pero adentro, se tejía la delgada línea entre la vida y la muerte. Finalmente, se logró lo impensado: la menor fue liberada y entregada a su madre, mientras que el agresor fue reducido y trasladado al Hospital Obarrio, bajo medidas de seguridad estrictas.

“Casualmente para estas situaciones tenemos personal especializado”, destacó el comisario Marín, valorando el entrenamiento específico que permitió evitar un final trágico.

Dos francotiradores, posiciones elevadas, corte total de calles, comunicación silenciosa y un negociador con sangre fría fueron las piezas del tablero que permitió ganar esta partida a la muerte.

“Este hombre deliraba, creía que la sociedad estaba en su contra. Ver uniformados lo alteró aún más”, explicó Reyna. En ese contexto, cada palabra, cada silencio, cada gesto, fue medido como si fueran pasos sobre un campo minado.

Finalmente, el desenlace fue el que todos esperaban pero pocos se atrevían a dar por seguro: la niña sana, el padre con vida, y un equipo que mostró que la preparación puede inclinar la balanza incluso en los momentos más oscuros.

“La constante capacitación es clave”, cerró Reyna, con una mezcla de alivio y orgullo en la voz. Porque no fue suerte. Fue entrenamiento. Fue estrategia. Fue humanidad.