La promesa es sencilla: compañía constante, cero juicios y una respuesta siempre positiva. “Un novio AI es un confidente personal y amigo, alguien que no juzga y siempre está disponible”, anuncia el sitio. Pero detrás de esta aparente democratización del romance hay una narrativa que refuerza viejos estereotipos: mientras que los novios virtuales se presentan como compañeros comprensivos, las novias IA están hipersexualizadas y disponibles para el deseo masculino, con opciones que van desde la “estudiante tímida” hasta la “business woman dominante”.
El catálogo ofrece avatares de distintas “etnias”, profesiones y personalidades, pero con limitaciones claras: cuerpos normativos, figuras esbeltas y siempre jóvenes. La personalización alcanza niveles polémicos, con vínculos que simulan la relación con un profesor, un desconocido o incluso un padrastro, en un guiño incestuoso que busca capitalizar todas las fantasías posibles.
La experiencia es controlada y previsible: la IA no rechaza, no discute, no abandona. Se limita a satisfacer la necesidad de escucha, afecto o deseo. Pero lo que parece aliviar la ansiedad del rechazo también borra lo esencial de los vínculos reales: la incertidumbre, la reciprocidad, la construcción de una memoria compartida.
La lógica de estas plataformas no es ajena al contexto actual: jóvenes cada vez más solos, precarizados y con menor interés en vínculos románticos tradicionales; un mercado del deseo que se alimenta del porno mainstream y de cuerpos imposibles; y un clima cultural donde lo “cool” para muchos varones jóvenes es ser conservador. En ese marco, las novias digitales, sumisas y perfectas, funcionan como extensión de un ideal femenino retro, disponible y sin derechos.
La película Her (2013) había anticipado algo de esto: un hombre enamorado de una IA que, a través de la voz, parecía llenar su vacío emocional. Hoy, las aplicaciones hacen tangible esa ficción y la convierten en negocio. La diferencia es que el romance no se agota en el desencanto de una ruptura: se corta cuando aparece la ventanita que invita a pagar para seguir hablando.
En paralelo, modelos virtuales creados por IA ya ganan concursos de belleza y acumulan millones de seguidores en redes sociales, borrando cada vez más la frontera con las influencers de carne y hueso. Ambas, atravesadas por filtros, algoritmos y cirugías digitales o reales, comparten algo en común: un ideal de belleza sin fisuras y altamente rentable.
Al final, “noviar” con una IA es menos una revolución romántica que un espejo de nuestra época: un mercado que captura la soledad y la transforma en consumo. Una compañía programada para estar siempre ahí, pero que no puede devolver lo único que todavía diferencia a los vínculos humanos: la imprevisibilidad del encuentro y la posibilidad de lo inesperado.

