Con máscaras, carteles y la icónica figura de El Eternauta como emblema, científicos, becarios y docentes universitarios tomaron las calles para denunciar el desmantelamiento del sistema científico argentino. La protesta tuvo réplicas en distintas provincias y reflejó una crisis que se profundiza día a día.

Las máscaras de El Eternauta no protegían del frío ni de la nieve tóxica, como en la historieta. Eran un símbolo. Una forma de decir “seguimos aquí, resistimos”. Este lunes, miles de investigadores, becarios y docentes universitarios se transformaron en Eternautas y marcharon —junto a sus familias— hasta el Ministerio de Ciencia en Buenos Aires, y también en plazas y espacios públicos de todo el país. La consigna fue clara: defender la ciencia argentina de un ajuste que, según denuncian, está dejando a la comunidad científica al borde del colapso.

“No al cientificidio”, decía la bandera principal. Pero también había otras, no menos elocuentes: “Una nieve tóxica contra la ciencia y la universidad”, “Nadie se salva solo”. La metáfora del mítico cómic de Héctor Germán Oesterheld, y la reciente serie de Netflix que revivió su imagen, sirvieron como marco para denunciar un presente donde el conocimiento parece convertirse en enemigo del poder.

El reclamo no fue espontáneo. Tampoco reciente. Según el colectivo de investigadores autoconvocados que organizó la manifestación, la inversión en ciencia y tecnología atraviesa su peor momento desde el regreso de la democracia. “Medido en porcentaje del PBI, la función CyT cayó del 0,3% en 2023 al 0,21% en 2024, y se dirige a un mínimo histórico de 0,15% en 2025, perforando incluso el piso de la crisis de 2002”, explican desde el grupo EPC, que elabora informes periódicos sobre la situación del sistema.

En otras palabras: nunca se invirtió tan poco en ciencia como ahora.

Franco Moscovicz, integrante de la Mesa Federal por la Ciencia y la Tecnología, lo dijo con todas las letras durante la movilización: “En estos 17 meses de gobierno, el sistema está siendo atacado. Se cerró la Agencia, se frenaron los subsidios, el deterioro salarial es tan grande que está destruyendo grupos de investigación y acelerando la migración científica”.

Los datos son contundentes. Desde diciembre de 2023, el gobierno nacional excluyó del complejo científico-tecnológico a 4.148 trabajadores: 3.666 de ellos despedidos solo en 2024 y 531 en los primeros meses de este año. Y quienes aún conservan su puesto, enfrentan un recorte brutal: los salarios del sector cayeron un 30% en términos reales respecto a diciembre del año pasado.

El Conicet, corazón del sistema científico argentino, no escapa a esta realidad. Su presupuesto cayó un 17,8% en 2024 y sigue achicándose en 2025, con una proyección de contracción del 21,6%, lo que significa una pérdida acumulada del 36% real. Además, los ingresos de nuevos investigadores están cerrados. Jóvenes que se formaron durante años, en universidades públicas, hoy se ven forzados a abandonar la carrera científica o a buscar oportunidades en el exterior.

La movilización fue colorida, pero la denuncia, oscura. Porque cuando la ciencia pierde presupuesto, también pierde futuro. La metáfora de El Eternauta —ese héroe colectivo, anónimo, que lucha contra una amenaza invisible— se volvió más pertinente que nunca. Y los científicos argentinos, como sus personajes, caminan bajo una tormenta que no eligieron, pero a la que resisten con una convicción que no parece ceder.

El cientificidio, advierten, no es solo la destrucción de estructuras. Es la pérdida de talento, de proyectos, de generaciones enteras que ya no podrán imaginar un país mejor desde el conocimiento.