Por un instante, la Casa Histórica volvió a ser mucho más que un monumento. Las paredes que un día escucharon la palabra “Independencia”, esta vez acogieron otra consigna: esperanza.

Fue este martes por la mañana cuando la política tucumana se congregó bajo el techo solemne del lugar donde nació la patria. Lo hizo, no para debatir ni para prometer en campaña, sino para hacer algo poco habitual en estos tiempos de furia: detenerse a escuchar, reflexionar y, quizás, comprometerse.

La convocatoria llevaba el nombre de “Jubileo de los Dirigentes Políticos”, y no fue un acto más en la agenda institucional. El Arzobispo Carlos Sánchez y el vicegobernador Miguel Acevedo encabezaron una ceremonia donde lo religioso se entrelazó con lo público, y donde el lema “Peregrinos de la esperanza” sonó más como súplica que como consigna.

Allí estuvieron representantes de todos los poderes del Estado: legisladores, ministros, secretarios, concejales, incluso la intendenta capitalina. Nombres de peso, sí, pero lo notable no fue la lista, sino la intención: firmar un documento que comprometiera a la dirigencia con valores casi olvidados —empatía, justicia, diálogo, transparencia— en un tiempo de crispación social y discursos incendiarios.

Acevedo, como voz política del acto, no esquivó la autocrítica: “Hoy más que nunca debemos priorizar lo que realmente importa: la solidaridad, la paz, el amor sobre el odio y el individualismo que nos aquejan”, dijo, con tono grave. Pero fue más allá. Subrayó que aquella firma no era un gesto vacío ni un acto litúrgico más: “Es reafirmar la convicción de que debemos trabajar todos juntos por el bien común. Es el momento de dejar atrás la cultura del odio y el egoísmo”.

La elección del lugar no fue inocente. Si la Casa Histórica alguna vez marcó el comienzo de una nación, ahora se intentaba —al menos simbólicamente— comenzar otro pacto, uno con la ciudadanía y con la dignidad perdida de la política. Así lo explicó el propio arzobispo: “Esta iniciativa es para seguir comprometidos en la construcción del bien común, en una patria de hermanos, una patria en justicia, en libertad, en paz”.

El documento rubricado por todos no se quedó en generalidades. Propuso medidas concretas: erradicar el discurso de odio, impulsar el diálogo como herramienta política, defender la verdad, fortalecer la rendición de cuentas y poner la educación para la paz en el centro del sistema educativo. También, trabajar por políticas que reduzcan la desigualdad estructural y reconecten al Estado con los más vulnerables.

En este marco, las palabras del ministro de Desarrollo Social, Federico Masso, resonaron con pragmatismo: “Cada llamado de la Iglesia va en el sentido de equilibrar las grandes desigualdades. Y eso es lo que intentamos hacer hoy, reconociendo que las instituciones deben estar al servicio de quienes más lo necesitan”.

La intendenta Rossana Chahla no se quedó atrás: “Quienes estamos en la función pública debemos servir al otro por el bien común. No para cosas personales, sino colectivas”, dijo, antes de definir el jubileo como un “cariño al alma” y una forma de reconvertir el ejercicio de la política.

Lo que se vio en la Casa Histórica no fue una misa ni una cumbre partidaria. Fue un intento de reconciliación entre la política y sus fundamentos, entre las palabras y las acciones, entre el pasado glorioso y un presente muchas veces ingrato.

Si este jubileo marcará un antes y un después, es temprano para saberlo. Pero al menos por unas horas, Tucumán fue testigo de un gesto inusual: el de una dirigencia que se sentó a mirarse a los ojos, bajo el techo de la historia, y prometió caminar —juntos— como peregrinos de esperanza.