El Parque 9 de Julio no solo fue el pulmón verde de San Miguel de Tucumán este viernes: también respiró entusiasmo juvenil, batucadas improvisadas y preguntas ambientales. En el corazón del Palacio de los Deportes, el bullicio de miles de estudiantes no respondía a una competencia deportiva, sino a una contienda por el conocimiento y el compromiso con el planeta.
Desde temprano, delegaciones escolares llegaron con carteles, bombos, y camisetas hechas a mano. Pero esta no era una fiesta cualquiera. Era la segunda edición de las Olimpíadas Ambientales, un certamen que ya se perfila como un clásico en el calendario estudiantil. Por segundo año consecutivo, el Municipio —en articulación con el Ministerio de Educación— volvió a apostar por una iniciativa donde aprender sobre compostaje, reciclaje o el cambio climático se transforma en un acto colectivo, casi festivo.
“Me llena de orgullo ver cómo nuestros estudiantes se involucran y se convierten en protagonistas del cambio”, dijo la intendente Rossana Chahla, mientras recorría las gradas llenas y estrechaba manos de alumnos, docentes y jurados. No era para menos: más de 230 establecimientos de la capital, Yerba Buena, Las Talitas y otras ciudades se hicieron presentes en esta cita educativa y emocional.
El formato de las olimpíadas, similar al de un concurso televisivo, elevó los niveles de adrenalina. Rondas eliminatorias, preguntas rápidas, respuestas certeras. Temas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la Ley de Educación Ambiental Integral, o la eficiencia energética, pasaron de los libros a la cancha. Y como si fuera una final del Mundial, las hinchadas no se quedaron atrás: cantos, aplausos, trapos verdes y abrazos multiplicaron la energía del evento.
Julieta Migliavacca, secretaria de Ambiente y Desarrollo Sustentable, lo resumió en una frase que podría haber sido el titular del día: “Vivimos una verdadera fiesta”. No solo por la masividad —más del triple de inscriptos que en 2024—, sino por el espíritu con el que chicos y chicas asumieron el desafío. “Estamos convencidos de que la educación es el mejor camino para generar un efecto multiplicador en el cuidado del ambiente”, sostuvo.
Desde las gradas, Bianca Gómez, alumna del Colegio San Cayetano, alentaba con un bombo improvisado. “Vinimos para ganar, pero sobre todo para aprender sobre cosas que no sabíamos, como el compost o cómo reciclar”, dijo. A su lado, Milena, su compañera, enfrentaba la última ronda con los nervios de un finalista olímpico.
Docentes como Andrea Flores, del Colegio Nuestra Señora de la Merced, valoraron la propuesta desde otro lugar. “Estas prácticas son necesarias, los chicos necesitan aprender a cuidar el ambiente. Hoy se van con conocimientos que no traían, pero también con una sonrisa”, dijo mientras acompañaba a su grupo entre selfies, risas y abrazos.
En un rincón, Benjamín Antun, del Colegio Nueva América, confesaba entre tímido y asombrado: “Aprendí cosas que ni sabía que existían. El efecto invernadero, los gases… Esto me hizo pensar diferente”.
Lo dijo sin saberlo, pero con una claridad demoledora: eso es lo que buscan estas olimpíadas. No formar expertos. Formar ciudadanos. Dar lugar a la conciencia. Y, sobre todo, poner a los jóvenes en el centro de la acción por el futuro. Porque, como dijo la intendente Chahla, “apostar por la educación ambiental es apostar por un mañana más justo y sustentable para todos”.

