El termómetro de la economía no da tregua. Apenas comenzado el mes, YPF aplicó un nuevo aumento en el precio de sus combustibles, con una suba promedio del 1% en todas sus estaciones del país. Es un número que parece pequeño, pero que se suma a una larga cadena de incrementos acumulados que ya se sienten en cada carga de nafta y cada ticket del supermercado.
Las pizarras volvieron a cambiar en la madrugada, y muchos automovilistas llegaron tarde al último precio “viejo”. Para algunos, ya es costumbre: “Antes llenaba el tanque. Ahora cargo lo que puedo. Cada mes hay una sorpresa”, dice Carla, empleada administrativa, en una estación de Caballito.
Pero el golpe no llega solo. Junio también trajo nuevos aumentos en los alquileres. La liberación del mercado, sumada a la inflación, empuja los valores hacia arriba y hace más difícil acceder a un techo digno. En muchas ciudades del país, el precio de un monoambiente ya supera la mitad del sueldo promedio.
Como si no bastara, las prepagas también ajustaron sus tarifas. Según fuentes del sector, el incremento ronda entre el 8% y el 11%, dependiendo del plan. Para miles de familias, esto implica revisar prioridades, reducir coberturas o incluso abandonar la medicina privada.
Nafta más cara. Vivienda más difícil. Salud más inaccesible.
Así empieza junio en la Argentina: con más presión sobre los bolsillos, menos margen para planificar y una economía que se recalienta desde abajo. La pregunta que sobrevuela, mientras la nafta sube un peso más y la prepaga llega con un nuevo aviso, es siempre la misma

