La inteligencia artificial ha avanzado a pasos agigantados. Hoy puede ayudarnos a organizar el día, resolver dudas, entretenernos e incluso ofrecer frases de aliento si estamos tristes. Algunas plataformas prometen escucha empática, compañía virtual y hasta apoyo emocional 24/7. Pero ¿escuchan realmente?

La escucha verdadera no es simplemente procesar palabras y responder. Escuchar es estar presente, resonar con lo que el otro dice (y con lo que calla), dejarse afectar. Implica una experiencia humana que ninguna máquina, por más entrenada que esté, puede replicar.

En tiempos donde el otro muchas veces es visto como una fuente de juicio o exigencia, la IA aparece como un refugio sin fricciones: siempre disponible, nunca interrumpe ni cuestiona. Pero justamente por eso, no transforma. No implica riesgo, ni sorpresa, ni implicación mutua.

Como psicóloga, veo con frecuencia cómo muchas personas recurren a recursos digitales en busca de alivio: chats automáticos, publicaciones que esperan likes, aplicaciones que prometen acompañamiento emocional. Pero ese alivio es, muchas veces, efímero. Porque lo que calma de verdad no es una respuesta perfecta, sino un otro real que se detiene, escucha y se deja tocar por nuestra palabra.

La IA no tiene historia, ni cuerpo, ni memoria emocional. No sueña con nosotros, ni se queda pensando en lo que dijimos después de cerrar la sesión. No hay en ella deseo, ni misterio, ni reciprocidad.

Donald Winnicott hablaba de la importancia de una “madre suficientemente buena”: una presencia humana capaz de sostener, interpretar y responder a las necesidades del bebé. Y si bien este concepto nace del trabajo con la infancia, también nos sirve para pensar el mundo adulto. Seguimos necesitando presencias reales, disponibles, imperfectas. Vínculos donde el otro esté de verdad, más allá del mensaje de texto.

Un dato revelador lo aporta el Estudio de Desarrollo Adulto de Harvard, que lleva más de ocho décadas investigando la clave del bienestar humano. ¿La conclusión más contundente? Las buenas relaciones —profundas, genuinas, humanas— son el factor más importante para una vida larga y feliz. La soledad, por el contrario, enferma tanto como fumar o comer mal.

La tecnología no es el enemigo. Puede ser una gran aliada si se la ubica en su lugar: como herramienta, no como reemplazo. El problema aparece cuando ocupa el sitio del otro humano, cuando sustituye el vínculo real con una ilusión de contacto.

Volver al encuentro —mirarse, escucharse, afectarse— es un acto necesario en una época que tiende a confundir conexión con presencia. No se trata de rechazar la IA ni de caer en la nostalgia. Se trata de defender la experiencia humana en su complejidad: con sus tiempos, sus límites, su potencia transformadora.

Escuchar de verdad es un gesto político, ético y vital. Estar con el otro más allá de la pantalla no es un lujo: es una necesidad urgente.


Jesica Rodriguez Zappulla es psicóloga. Psicoterapeuta especializada en psicoanálisis relacional.