La investigación, presentada por la biotecnóloga Lucrecia Ludueña, demostró que esta práctica reduce la fertilidad natural, acelera la pérdida de materia orgánica y obliga a los productores a depender cada vez más de insumos externos para sostener sus rindes.

El trabajo se desarrolló en parcelas experimentales de Simoca, donde durante más de una década se compararon dos métodos: conservar el residuo agrícola de la cosecha (RAC) como cobertura o eliminarlo mediante la quema.

Bajo la dirección de la doctora Laura Tórtora y la coordinación del ingeniero Javier Tonatto, un equipo interdisciplinario —integrado por el ingeniero Juan Fernández de Ullivarri y los licenciados Leandro Hidalgo y María Núñez— evaluó parámetros biológicos clave, como la actividad de microorganismos y enzimas esenciales para el reciclaje de nutrientes.

Los resultados fueron contundentes: en los lotes sometidos a quema se registró una disminución sostenida de bacterias fijadoras de nitrógeno y de Pseudomonas, junto con una fuerte caída en la actividad de enzimas como la beta-glucosidasa, la nitrato reductasa y la fosfatasa.

“Cuando se destruye este ecosistema invisible, el suelo pierde estabilidad y fertilidad con el paso de los años”, advirtió Ludueña.

Por el contrario, en las parcelas donde el RAC se mantuvo en superficie, el efecto fue positivo: se formó un mulch natural que retuvo la humedad, redujo la erosión y alimentó a la biota del suelo, mejorando su estructura y resiliencia.

El informe subraya que los efectos nocivos de la quema no se limitan a una sola campaña, sino que se acumulan en el tiempo, provocando menor retención de agua, degradación estructural y una creciente dependencia de fertilizantes químicos. En cambio, los cañaverales que conservan los residuos muestran mayor productividad a largo plazo y mejor capacidad de adaptación frente a condiciones climáticas adversas.

La EEAOC concluye que la eliminación progresiva de la quema y la adopción de la cosecha en verde son pasos indispensables para garantizar la sustentabilidad del cultivo de caña en Tucumán y en toda la región.

“La cobertura vegetal conserva la biodiversidad microbiana, protege los suelos y asegura beneficios ambientales y productivos”, insistió Ludueña.

El estudio constituye, así, un llamado de atención a productores y autoridades: continuar con la quema significa hipotecar la fertilidad de los suelos y el futuro de la industria azucarera; en cambio, conservar los residuos agrícolas abre la puerta a un modelo más sustentable y rentable.