En total, se comercializaron más de 1,5 millones de unidades de este tipo de medicamentos entre enero y mayo. El dato confirma una tendencia sostenida en la última década: en 2014 se habían vendido 2,7 millones de cajas y en 2024 la cifra trepó a 3,6 millones.

Los expertos advierten que el aumento del consumo de somníferos está estrechamente vinculado con el incremento de los trastornos del sueño. De acuerdo con encuestas recientes, seis de cada diez argentinos afirman tener dificultades para dormir, un problema que se agravó desde la pandemia y que se relaciona con el estrés, la incertidumbre económica, el uso excesivo de pantallas y los hábitos nocturnos poco saludables. “Hay una crisis del sueño y eso se refleja en el consumo de hipnóticos. Muchas personas recurren a ellos sin control médico, lo que aumenta el riesgo de dependencia y efectos secundarios”, explicó a Infobae la farmacéutica Mariana Corvalán, integrante del Observatorio de Salud de COFA.

El fenómeno preocupa también por el avance de la automedicación, especialmente entre adultos jóvenes y personas mayores. En muchos casos, los fármacos se adquieren sin receta o se utilizan más tiempo del indicado. “El problema no es el medicamento en sí, sino su uso inapropiado y prolongado”, agregó Corvalán.

Entre los compuestos más vendidos se encuentran el Zolpidem, el Clonazepam y el Alprazolam, aunque los especialistas señalan que se observa un desplazamiento hacia fármacos más recientes y de acción corta.

Las autoridades sanitarias insisten en la necesidad de promover tratamientos no farmacológicos para el insomnio, como la terapia cognitivo-conductual, y reforzar las campañas de educación sobre el sueño. También destacan la importancia de consultar al médico o farmacéutico antes de iniciar o mantener el uso de cualquier hipnótico. “Dormir bien es un derecho y una necesidad biológica. No puede depender únicamente de una pastilla”, concluyó la especialista.

La tendencia al alza del consumo de sedantes plantea un desafío para el sistema de salud y pone sobre la mesa un problema silencioso: el deterioro del descanso en la vida moderna, que se traduce en más estrés, menor productividad y un aumento de los riesgos para la salud mental y física.